20/4/08

Humo, ahora sólo en Paternal

La mañana era distinta. Se espaciaron las toses, se hidrataron ligeramente las córneas, se veía el viejo bar. El humo parecía haberse disipado, a pesar de que los noticieros y los flamantes "humólogos" insistieran en ratificar su presencia ingrata hasta el jueves, como antes habían afirmado el martes o como podrían sugerir alguna fija para Palermo o San Isidro.

Entonces, la excursión rumbo a ese cajón donde permiten jugar al fútbol se vislumbraba menos tortuosa, sin perjuicio de que el horario acarreara a algunos asistentes pequeñas rencillas conyugales vinculadas a la ausencia en el almuerzo dominical.

Cuando se repase la profusa historia futbolística de Ramón Díaz, no podrá ignorarse su irrevocable condición de argentino. Antes que riojano, jugador o técnico, el tipo exhibe un catálogo de cualidades que lo identifican con lo más notorio del "ser nacional". Así, sin tapujos, cuatro días después de la victoria que nos dio la clasificación a octavos de final, y que él se empeñó en describir como una epopeya (más allá de que se trataba de un triunfo esperable frente a un módico equipo venezolano), el tipo incluye entre los once a su hijo Emiliano, y entre los dieciocho a su hijo Michael, decidido a redoblar la apuesta a la impunidad. Y continúa excluyendo a Bianchi Arce, promisorio defensor que habría cometido el sacrilegio de enemistarse con los vástagos riojo-europeos.

Entonces el equipo es un cúmulo de once nombres, de camisetas conocidas y amadas por los 6000 que nos aguantamos el calorcito, pero es -antes que nada- un guiño taura, un "acá mando yo" exento de sutilezas, de fútbol y de lógica. Si ese mamarracho vence, el inflado entrenador alcanzará la categoría de semidios. Si fracasa, tendrá la oportunidad de endilgarle el sayo al cansancio, a la temperatura, a la rotación, al humo. El de los pastizales, pero también el que se ha acostumbrado a manipular en el mercado de voluntades. Fíjese bien, Amigo Cuervo: acaso en sus bolsillos también haya traído algo del humo. Aunque sea, por falta de cambio de su quiosquero amigo.

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