Andamos remolones, hay que decirlo. La mezcla entre las ocupaciones cotidianas y el bajón posterior a las celebraciones centenarias han configurado un pequeño piquete bloggeril, mientras "se suceden reuniones intersectoriales que buscan normalizar la actividad", como describiría algún matutino.
En ese contexto, esta noche juega el Ciclón, con la chance de confirmarse como un candidato para el torneo local, mientras espera por el miércoles, la primera de las cinco finales que quedan para reservar el pasaje a Tokio. Y cada vez que San Lorenzo enfrenta a Central resulta inevitable para nosotros recordar esa ambigua procesión a Arroyito en el frío junio del '95. Viajábamos cinco individuos (uno era poco más que un gurrumín) en un auto abollado y temeroso. El silencio era el sexto compañero y un presagio. Nos debatíamos entre la necesidad imperiosa de estar, de suponer que nos aguardaba la historia, después de 21 años de odiseas, y la implacable matemática que nos condenaba a escuchar la radio para ver si los triperos por fin aflojaban. Es por todos conocido el final, la locura desatada en tribunas y césped, y aún la interminable serpiente azulgrana que pobló la ruta de regreso.
Pero entonces había algo más que nos animaba, y que hoy se ha perdido. Desafortunadamente, para quienes aquí habitamos. Ir a jugar con Central era ir a casa de unos amigos, de unos parientes de los que no fastidian, a cantar unidos contra la Lepra y la Quema, a saber que no había peligro de llevar hasta allá a los pibes. Alguno de nosotros recuerda todavía los albores de aquella relación de respeto mutuo y fraternidad. La hemos pasado feo en alguna de las últimas visitas (el día del 4-0, con dos goles del Pata Pereyra, sin ir más lejos). El temporal de la modernidad y la reconversión de las antiguas "barras" en esta cruza de empresa con asociación ilícita nos dejó sin esa posibilidad. Que añoramos, francamente. Que nos sigue poniendo del lado canalla, del de Fontanarrosa, Olmedo y el Che, cuando se juega el clásico rosarino.
A sacudir la melancolía, corazones. A entonarnos para hoy, para el miércoles y para cada una de las batallas que se apiñan en el calendario inminente. La Gloria todavía vive en la vereda de enfrente, y mira con picardía e insinuación, esperando que de una buena vez crucemos la calle y la hagamos nuestra para siempre.
12/4/08
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