Nadie que responda a unos pocos parámetros básicos (ser del Ciclón y no vivir adentro de un alfajor) se puede dar por sorprendido. Se burlan de nosotros los medios, jugadores y entrenadores propios y ajenos, árbitros, la AFA y cualquiera con un mínimo de voluntad como para enrolarse en la fila. Sin ánimo de opinar sobre la política partidaria del Club, sobre la que cada cual tiene su propia idea, pareciera que nuestros dirigentes están siempre mirando hacia otro lado. No queda claro cuál, porque no hay aspecto que pueda suponerse controlado en la ajetreada realidad azulgrana.
Ramón se fue, noticia vieja (tenía casi 6 meses) y que garpaba 2,05. Los problemas, en cambio, reposan cómodos en la Ciudad Deportiva. Seguirá la camarilla, con los actuales protagonistas o con los que los vayan sucediendo, continuará la imposibilidad de trazar un proyecto con objetivos que trasciendan el próximo vencimiento de las facturas a pagar, hasta que alguien advierta que así sólo se camina hacia el cadalso, con demoras y meandros, pero inexorablemente.
Duele demasiado San Lorenzo como para tomarlo a broma. Hace dos meses y medio, casi jugando, arrancamos a compartir unas pocas reflexiones con amigos del Barrio, con ocasionales lectores, con la preocupación que habían traído algunos resultados deportivos, pero con la esperanza de la convocatoria de la gente, con la inminencia del Centenario, con el sueño intrépido de la Copa. Hoy, sentarse en el respectivo turno ante el teclado y desarrollar un pensamiento que no emparente con la queja o la melancolía suena a milagro.
Es muy difícil pensar en el partido del domingo, aún cuando las chances de conseguir el Clausura sean reales. La percepción es que este semestre se hipotecó cuando se decidió bailar con Díaz la cueca preelectoral. Para colmo, el chiste salió demasiado caro como para no ahondar la preocupación en el plano institucional y económico.
Quisiéramos de todo corazón estar equivocados. Despertarnos de este mal sueño y pensar que vamos al Bidegain para ver el primer partido contra la Liga. Pero sabemos que es difícil. Sentimos que, por el contrario, cada pesimismo que nos atraviesa corre el riesgo de quedarse corto.
29/5/08
26/5/08
Ah, una cosita más
"Tener mucha guita no es tan fácil"
En la época en la que el Diego empezó a patinar y a ser noticia más allá de la pelotita, se instaló en toda la sociedad un debate en el que cada cual sostenía su propia pavada, con la impunidad científica de un filósofo cósmico. Con ese espíritu democrático, un señor mayor, personaje del Barrio de Boedo, sentenció: "Muchachos, no se puede juzgar tan fácilmente. Ese muchacho nació en la pobreza y ahora está forrado en oro. Tener mucha guita no es tan fácil". En el grupo de amigos de la juventud, la sentencia funciona como una pequeña broma interna, porque la escena real se completa con una descripción del emisor: un hombre que jamás había salido del Barrio, que vivía en una casa modesta y que no tenía más posesiones que sus módicos conocimientos de la vida.
La anécdota viene a cuento de una sensación que nos empezó a recorrer la noche misma de la Epopeya de Núñez, y que terminó ayer en forma de parábola. San Lorenzo tocó el cielo con las manos en aquel empate épico, para no volver a tener un resultado favorable en ninguno de los partidos que le siguieron (Independiente, Liga, Huracán, Liga de nuevo), mientras la expectativa crecía sin medida. Anoche, pasada la euforia y en medio de una desértica melancolía, el equipo volvió a la victoria. Como confesando que al plantel, al Club y acaso a nosotros mismos nos es ajena la lógica del éxito, la posibilidad de "creérnosla". San Lorenzo gana cuando va de punto, pero le cuesta el triple empuñar el sabot.
Acaso ésa sea una explicación posible para la prolongada frustración copera. En una competencia de catorce partidos, se hace muy difícil llegar al décimo sin levantar la perdiz, sobre todo porque en la fiesta van quedando pocos. Pero ahí es donde las miradas apuntan al novio de la nena, y el tipo descubre la rotura en los lienzos. Para completar la metáfora, anoche, el paraguayo -villano setenta y dos horas antes- clavó dos goles. No hace falta agregar demasiada explicación, probablemente.
24/5/08
Back on the road
Es duro arrancar. Hay un dolor muy profundo, una sensación espantosa de decepción renovada, de lección inútil. Quienes siguen estos envíos habrán visto una notoria merma en las últimas semanas. Algunas actitudes del combo futbolistas/entrenador/dirigentes, sumadas a la beligerante manera de debatir de nuestro pueblo sanlorencista en cafés, foros, listas de correos y otros medios, funcionaban como un freno para compartir pequeñas historias, pensamientos simples como los que pueblan este espacio. A la vez, y aunque pretendiéramos silenciar las maquinaciones neuronales, sonaban como un aviso subliminal que anunciaba el inminente final de la vendimia y el inicio de otro tiempo de peleas, agravios, insultos, descalificaciones.
Ayer (o en estos días, la vóragine es cruel), alguien escribió una reflexión que nos pareció interesante en el foro de DBV, luego recogida en el blog DebateCuervo. Además de compartir buena parte de lo que expresa ese texto, entendemos que se puede forzar un escalón más el razonamiento, animándonos a llegar al hueso en este momento tan bravo. ¿Es lógico suponer que un Club que doce horas después de un partido tan trascendente muestra ya los signos del "cabaret", está o estuvo enfocado seriamente en la obtención de un logro tan anhelado? O, aún más cruel: ¿se puede construir un Club -algo que requiere tanto de un tejido social- en estas condiciones? Las respuestas instintivas son amargas, pero podrían invitarnos a reflexionar y analizar más a fondo el modo de revertirlas.
Aunque parezca contradictorio, estamos seguros de que no hay que trabajar para ganar la Copa, como tantas veces se anunció pomposamente: hay que refundar el espíritu inicial, la mística, la solidaridad, la cultura. Respetar a los Viejos, escuchar a los Jóvenes, invitarlos a trabajar mancomundamente, oir y expresar proyectos, discutirlos con buena fe y argumentos serios. Mejorar las condiciones de trabajo, la infraestructura, proponerse un plan de fútbol que supere la distancia que nos separa de la punta de la propia nariz, con particular hincapié en las inferiores. Entonces, sí, vamos a tener los elementos para pegar el manotazo soñado y darnos un abrazo tan grande como el del jueves, pero con lágrimas distintas.
Ayer (o en estos días, la vóragine es cruel), alguien escribió una reflexión que nos pareció interesante en el foro de DBV, luego recogida en el blog DebateCuervo. Además de compartir buena parte de lo que expresa ese texto, entendemos que se puede forzar un escalón más el razonamiento, animándonos a llegar al hueso en este momento tan bravo. ¿Es lógico suponer que un Club que doce horas después de un partido tan trascendente muestra ya los signos del "cabaret", está o estuvo enfocado seriamente en la obtención de un logro tan anhelado? O, aún más cruel: ¿se puede construir un Club -algo que requiere tanto de un tejido social- en estas condiciones? Las respuestas instintivas son amargas, pero podrían invitarnos a reflexionar y analizar más a fondo el modo de revertirlas.
Aunque parezca contradictorio, estamos seguros de que no hay que trabajar para ganar la Copa, como tantas veces se anunció pomposamente: hay que refundar el espíritu inicial, la mística, la solidaridad, la cultura. Respetar a los Viejos, escuchar a los Jóvenes, invitarlos a trabajar mancomundamente, oir y expresar proyectos, discutirlos con buena fe y argumentos serios. Mejorar las condiciones de trabajo, la infraestructura, proponerse un plan de fútbol que supere la distancia que nos separa de la punta de la propia nariz, con particular hincapié en las inferiores. Entonces, sí, vamos a tener los elementos para pegar el manotazo soñado y darnos un abrazo tan grande como el del jueves, pero con lágrimas distintas.
22/5/08
18/5/08
"Lo mejor que tenemos"
Antes de cada partido, Copa o Clausura, Ramón Díaz repite una frase (des)hecha, apostando a la certeza de la genuflexión periodística: "Vamos a poner lo mejor que tenemos". Suele agregar que "los jugadores quieren jugar estos partidos". Los cronistas deportivos ganan poca plata, saben poco de casi nada, quieren llegar al diario/radio/canal, escribir una pavadita corta y "picante", e irse a casita. Por eso, nadie tiene a bien repreguntarle qué significan esas sentencias.
La primera parece hacer referencia a la utilidad de amuchar los nombres más rimbombantes en cada ocasión posible. Así, el jueves pudimos observar cómo el Chaco Torres se arrastraba por la mitad del terreno, procurando infructuosamente tomarles la patente a Guerrón y Bolaños. La experiencia fue repetida esta tarde, cuando aparecieron otra vez varios de los que fueron protagonistas del empate del jueves, y que seguramente tendrán que ir por un resultado complicado en Quito. ¿Es eso lo mejor que tiene San Lorenzo? ¿No será mejor poner algunos jugadores más frescos, con más hambre de jugar un partido ante Huracán, ganarse el afecto de la gente y -de yapa- permitirle el descanso a los que vienen acumulando minutos de fatiga?
La otra cuestión tiene que ver con la voluntad del plantel. Preguntados que fuéramos los autores de estos textos, todos tendríamos la intención de vestir la azulgrana, jugar los 90 minutos y hacer tres goles, alguno de chilena. Total, pedir es gratis. Se supone que el entrenador es el encargado de ordenar esas voluntades, examinar su razonabilidad y ponerlas en función del interés común.
No sabemos si estas cosas se deben plantear de esta manera o de alguna otra. No sabemos, tampoco, si los que deberían encargarse de pensarlas lo hacen, o surfean el presente con más o menos equilibrio, conforme la pelota pegue en el palo o se clave en un ángulo. Pero, espectáculo a la vista, nos pareció un ejercicio intelectual razonable. La alternativa era mirar al terreno de juego. Y preguntarse por qué.
Un aperitivo cordial
Fenómeno porteño - Gonzalo Bonadeo
El folclore futbolero bien entendido –barras, protagonistas provocadores y periodistas partidarios abstenerse– llega tan lejos como para distribuir los partidos clásicos en categorías. Pasa en España, donde Barcelona y Espanyol juegan el clásico de barrio, pero España se detiene cuando el Barça se cruza con el Real Madrid. Pasa en Inglaterra, donde el United y el City dividen Manchester, pero los de rojo apuntan los cañones a los duelos con Liverpool, Arsenal y, más recientemente, Chelsea.
El folclore futbolero bien entendido –barras, protagonistas provocadores y periodistas partidarios abstenerse– llega tan lejos como para distribuir los partidos clásicos en categorías. Pasa en España, donde Barcelona y Espanyol juegan el clásico de barrio, pero España se detiene cuando el Barça se cruza con el Real Madrid. Pasa en Inglaterra, donde el United y el City dividen Manchester, pero los de rojo apuntan los cañones a los duelos con Liverpool, Arsenal y, más recientemente, Chelsea.
En la Argentina, el esquema es diferente, pero no estamos exentos de la categorización. River-Boca es, qué duda cabe, el duelo por excelencia. Pero me animaría a decir que hace muchísimo tiempo que dejó de ser el clásico barrial para ser el gran partido de fútbol que se juega y se sufre en todo el país. Por otro carril circulan los maravillosos duelos que parten al medio ciudades: Estudiantes-Gimnasia, Rosario Central-Newell’s (para mi gusto, los clásicos más ricos e intensos de nuestro fútbol), Colón-Unión, Talleres-Belgrano, San Martín-Atlético y así podríamos seguir por decenas. Existen, tristemente, los partidos que se convierten en clásicos porque las respectivas bandas de vendedores de violencia tienen cuentas pendientes. Son una especie relativamente nueva, cuya mayor virtud termina siendo la de poner los nombres de los equipos encima del escritorio de los que se encargan de la inseguridad en las canchas y así ponen constantemente en duda la fecha, el horario y la geografia del partido. Finalmente, aparece el clásico de barrio, ¿un fenómeno eminentemente porteño? Probablemente así sea y constituya una de las pocas cosas positivas de la asfixiante superpoblación que el fútbol de esta ciudad vuelca sobre un fútbol falsamente federal.
Francamente, no creo que haga falta profundizar demasiado en el fenómeno que provoca un Huracán-San Lorenzo, la nave insignia de la flota que integran partidos como Atlanta-Chacarita, Lanús-Banfield o Defensores-Excursionistas, todos ajustables a su exacta dimensión de trascendencia y a la no siempre viable posibilidad de concreción. Es más, un fuerte matiz que adquirió en los últimos años el ritual de la gastada al hincha del rival más temido y a la vez más deseado, es el de recordarle a ese hincha cuánto hace que no pueden enfrentarse porque uno está en una división superior a la del otro. Sin embargo, en el fondo, se necesitan.
Yo estoy convencido de que, en el fútbol nuestro de cada día, ganar un clásico importa mucho más por evitar el gaste del otro que por disfrutar del éxito en sí. El concepto se apoya en la conducta de muchos protagonistas que se aferran demasiado a la tercera posición e incorporan al empate en el clásico como una triste variante del triunfo: perder un partido de esos puede costarle la cabeza a un técnico y a más de un jugador; ganarlo no te da gloria eterna y empatarlo te garantiza una semana tranquila.
También estoy convencido de que la mayoría de los hinchas prefiere jugar contra el clásico rival antes de pasarse la vida extrañándolos porque andan de viaje por los subsuelos de las divisiones de la AFA.
Dentro de este contexto, el fútbol argentino volverá a disfrutar de un Huracán-San Lorenzo, quizás el más emblemático clásico de barrio del planeta. Es decir, no sé si en el mundo hay un partido que enfrente a dos hinchadas con demasiada gente viviendo entreverada en las mismas calles y en los mismos bares que inevitablemente ven modificada y reducida su fauna el lunes, si el domingo hubo un ganador.
Con muchos más títulos que el Globo y los ojos puestos en la gran ilusión copera, es muy probable que muchos hinchas del Ciclón crean improcedente este concepto y pretendan restarle importancia a lo que sucederá esta tarde. Los entiendo, pero estoy convencido de que, a la hora de salir de casa, en ese momento que sella tu condición de hincha de fútbol de por vida, ése en el cual uno camina a paso forzado las dos últimas cuadras que te despositan en el templo por el solo impulso de escuchar a las hinchadas cantando, el corazón del hincha de San Lorenzo latirá con una intensidad diferente a la de otras ocasiones. Porque nunca hay que olvidar que lo bueno o lo malo que te toque vivir en esa cancha no se diluye la semana que viene: dura hasta la misma ocasión del próximo torneo.
Como dije, San Lorenzo necesita de Huracán tanto como Huracán de San Lorenzo. Es una ecuación extraña en la que el odio deportivo se acerca demasiado al amor. Ojalá en la cancha, en la ejecución de los jugadores, en el mensaje que bajen Ubeda y el Pelado nos regalen el clásico que la gloria de las dos camisetas merecen. Y que en las tribunas demostremos que somos muchos más los hinchas genuinos –hasta venenosos, se entiende– que aquellos que un clásico necesita sangre, sudor y muerte.
http://www.perfil.com/contenidos/2008/05/18/noticia_0007.html
El folclore futbolero bien entendido –barras, protagonistas provocadores y periodistas partidarios abstenerse– llega tan lejos como para distribuir los partidos clásicos en categorías. Pasa en España, donde Barcelona y Espanyol juegan el clásico de barrio, pero España se detiene cuando el Barça se cruza con el Real Madrid. Pasa en Inglaterra, donde el United y el City dividen Manchester, pero los de rojo apuntan los cañones a los duelos con Liverpool, Arsenal y, más recientemente, Chelsea.
El folclore futbolero bien entendido –barras, protagonistas provocadores y periodistas partidarios abstenerse– llega tan lejos como para distribuir los partidos clásicos en categorías. Pasa en España, donde Barcelona y Espanyol juegan el clásico de barrio, pero España se detiene cuando el Barça se cruza con el Real Madrid. Pasa en Inglaterra, donde el United y el City dividen Manchester, pero los de rojo apuntan los cañones a los duelos con Liverpool, Arsenal y, más recientemente, Chelsea.
En la Argentina, el esquema es diferente, pero no estamos exentos de la categorización. River-Boca es, qué duda cabe, el duelo por excelencia. Pero me animaría a decir que hace muchísimo tiempo que dejó de ser el clásico barrial para ser el gran partido de fútbol que se juega y se sufre en todo el país. Por otro carril circulan los maravillosos duelos que parten al medio ciudades: Estudiantes-Gimnasia, Rosario Central-Newell’s (para mi gusto, los clásicos más ricos e intensos de nuestro fútbol), Colón-Unión, Talleres-Belgrano, San Martín-Atlético y así podríamos seguir por decenas. Existen, tristemente, los partidos que se convierten en clásicos porque las respectivas bandas de vendedores de violencia tienen cuentas pendientes. Son una especie relativamente nueva, cuya mayor virtud termina siendo la de poner los nombres de los equipos encima del escritorio de los que se encargan de la inseguridad en las canchas y así ponen constantemente en duda la fecha, el horario y la geografia del partido. Finalmente, aparece el clásico de barrio, ¿un fenómeno eminentemente porteño? Probablemente así sea y constituya una de las pocas cosas positivas de la asfixiante superpoblación que el fútbol de esta ciudad vuelca sobre un fútbol falsamente federal.
Francamente, no creo que haga falta profundizar demasiado en el fenómeno que provoca un Huracán-San Lorenzo, la nave insignia de la flota que integran partidos como Atlanta-Chacarita, Lanús-Banfield o Defensores-Excursionistas, todos ajustables a su exacta dimensión de trascendencia y a la no siempre viable posibilidad de concreción. Es más, un fuerte matiz que adquirió en los últimos años el ritual de la gastada al hincha del rival más temido y a la vez más deseado, es el de recordarle a ese hincha cuánto hace que no pueden enfrentarse porque uno está en una división superior a la del otro. Sin embargo, en el fondo, se necesitan.
Yo estoy convencido de que, en el fútbol nuestro de cada día, ganar un clásico importa mucho más por evitar el gaste del otro que por disfrutar del éxito en sí. El concepto se apoya en la conducta de muchos protagonistas que se aferran demasiado a la tercera posición e incorporan al empate en el clásico como una triste variante del triunfo: perder un partido de esos puede costarle la cabeza a un técnico y a más de un jugador; ganarlo no te da gloria eterna y empatarlo te garantiza una semana tranquila.
También estoy convencido de que la mayoría de los hinchas prefiere jugar contra el clásico rival antes de pasarse la vida extrañándolos porque andan de viaje por los subsuelos de las divisiones de la AFA.
Dentro de este contexto, el fútbol argentino volverá a disfrutar de un Huracán-San Lorenzo, quizás el más emblemático clásico de barrio del planeta. Es decir, no sé si en el mundo hay un partido que enfrente a dos hinchadas con demasiada gente viviendo entreverada en las mismas calles y en los mismos bares que inevitablemente ven modificada y reducida su fauna el lunes, si el domingo hubo un ganador.
Con muchos más títulos que el Globo y los ojos puestos en la gran ilusión copera, es muy probable que muchos hinchas del Ciclón crean improcedente este concepto y pretendan restarle importancia a lo que sucederá esta tarde. Los entiendo, pero estoy convencido de que, a la hora de salir de casa, en ese momento que sella tu condición de hincha de fútbol de por vida, ése en el cual uno camina a paso forzado las dos últimas cuadras que te despositan en el templo por el solo impulso de escuchar a las hinchadas cantando, el corazón del hincha de San Lorenzo latirá con una intensidad diferente a la de otras ocasiones. Porque nunca hay que olvidar que lo bueno o lo malo que te toque vivir en esa cancha no se diluye la semana que viene: dura hasta la misma ocasión del próximo torneo.
Como dije, San Lorenzo necesita de Huracán tanto como Huracán de San Lorenzo. Es una ecuación extraña en la que el odio deportivo se acerca demasiado al amor. Ojalá en la cancha, en la ejecución de los jugadores, en el mensaje que bajen Ubeda y el Pelado nos regalen el clásico que la gloria de las dos camisetas merecen. Y que en las tribunas demostremos que somos muchos más los hinchas genuinos –hasta venenosos, se entiende– que aquellos que un clásico necesita sangre, sudor y muerte.
http://www.perfil.com/contenidos/2008/05/18/noticia_0007.html
17/5/08
La danza de la intelligentzia
Se puede argumentar vagancia, sin mayor punibilidad. Melancolía, preocupación, temor: variantes de un sentimiento colectivo que nos ha alejado casi una semana de este rincón. Hace algunas semanas, planteamos que se venía el tiempo de las decisiones complicadas, ésas que no admiten rebobinar la cinta. Por obra conjunta de las matemáticas, la fortuna y el calendario, ahora el Ciclón aparece compelido a ganar sus próximos dos compromisos, so pena de quedarse sin el pan y sin la torta. Las victorias de pinchas y bosteros de esta tarde relegan aún la chance de una igualdad en el Clásico, y el maldito gol de visitante obliga a ir a buscar a la altura y el calor de Quito.
Dicen que Ramón va a parar a Orión; González, Aguirre, Bottinelli, Placente; Menseguez, Alvarado, Acevedo, D´Alessandro; Chávez y Silvera mañana. ¿Serán Orión; Tula, Bianchi Arce, Aguirre, Placente; González, Rivero, J. M. Torres, D´Alessandro; Bergessio y Romeo los del jueves? De ser así, sólo cuatro de los jugadores de campo repetirían, aunque en la bolsa de los candidatos para Ecuador también aparezcan Voboril y Aureliano. Si así fuera, San Lorenzo encararía ambos partidos con una formación poderosa, sin excesos de agotamiento. Si se piensa duplicar el esfuerzo, parece una idea peligrosa.
El Clásico de mañana ha cobrado, lamentablemente, una trascendencia menor en el contexto. Resulta obvio decir que un triunfo sería una excelente noticia, como también indicar que debe resguardarse el físico de aquellos que sean necesarios para el jueves, ante lesiones casuales o no tanto. El entrenador tiene experiencia, sabe y tiene suerte. Ojalá que, en medio del vértigo, tenga la capacidad para correr las hojas que puedan tapar el paisaje.
Dicen que Ramón va a parar a Orión; González, Aguirre, Bottinelli, Placente; Menseguez, Alvarado, Acevedo, D´Alessandro; Chávez y Silvera mañana. ¿Serán Orión; Tula, Bianchi Arce, Aguirre, Placente; González, Rivero, J. M. Torres, D´Alessandro; Bergessio y Romeo los del jueves? De ser así, sólo cuatro de los jugadores de campo repetirían, aunque en la bolsa de los candidatos para Ecuador también aparezcan Voboril y Aureliano. Si así fuera, San Lorenzo encararía ambos partidos con una formación poderosa, sin excesos de agotamiento. Si se piensa duplicar el esfuerzo, parece una idea peligrosa.
El Clásico de mañana ha cobrado, lamentablemente, una trascendencia menor en el contexto. Resulta obvio decir que un triunfo sería una excelente noticia, como también indicar que debe resguardarse el físico de aquellos que sean necesarios para el jueves, ante lesiones casuales o no tanto. El entrenador tiene experiencia, sabe y tiene suerte. Ojalá que, en medio del vértigo, tenga la capacidad para correr las hojas que puedan tapar el paisaje.
16/5/08
11/5/08
"Te lo dije"
Esta tarde, unos minutos antes de emprender la partida al Bajo, evaluamos la posibilidad de aportar algunas impresiones. El fin de semana había sido particularmente improductivo, debido a la omnipresente sensación del vacío posterior a la gloria. Casi en esa línea iban los pensamientos que pensábamos reflejar, como una advertencia hacia nosotros mismos -primero- y hacia el equipo. De haberlo hecho, podría considerarse una "videncia", en función del resultado, que nos permitiría recurrir a esa frase de Madre que tantas veces hemos soportado y rehuido y que da título a este post.
Bueno, así como algunas veces la hemos pifiado de manera sonora y otras hemos acertado alguna redoblona, esta tarde éramos candidatos al doble cadalso: no sólo por una predicción negativa, sino también por la forma en la que se dieron las cosas. En nuestro humilde parecer futbolístico, San Lorenzo jugó bien. Mejor, incluso, que en muchas de sus victorias precedentes. Buscó, dejó la vida en cada pelota, corrió y -cuando pudo- jugó. Con un desgaste físico fenomenal encima, por lo que el rendimiento estuvo lejos de ser brillante, pero con una actitud que satisface, que excluye el reproche.
En envíos anteriores hemos señalado cuáles nos parecen las maneras más saludables de afrontar un resultado negativo. La actuación de esta tarde/noche entra sin dudas en ese listado. Más aún, el doblete de partidos promueve una conclusión muy distinta a la que ilustra la matemática: San Lorenzo empató un partido y perdió otro, pero da la impresión de haber ganado un escalón trascendente en cuanto a la convicción para encarar partidos bravos.
Sin perjuicio del sabor amargo, es una noticia importante, de cara a lo que se viene a partir del jueves.
9/5/08
Es para vos
Con minutos de sueño encima, una dedicatoria: para todos los muertos de hambre que, cuando cambian de camiseta, se olvidan de su historia, lo que la hace aún más miserable. Abreu: elegiste solito irte a la lista de Morel, y lo peor es que en el gallinero tampoco te van a aceptar.
Video - Resumen del partido - River 2 vs. San Lorenzo 2
Si es un sueño, no hagan ruido
Los que ya tenemos el callo hecho en ese estadio nefasto, vimos entrar el penal y nos preparamos para lo peor: la vergüenza, la goleada, el ole clamoroso, las rojas infantiles a granel, la cabeza gacha hasta el auto y la frazada cubriendo las orejas. Para ser absolutamente honestos, ni el 1-2 nos trajo el alivio indispensable. Pero el segundo fue algo distinto: uno de esos momentos en los que se mira al Cielo y uno lo imagina abriéndose y viéndole la cara al Tipo, un imperceptible ancho de basto en la mirada y una ligera inclinación de la testa, entre respetuosa y condescendiente.
Pedimos que nadie suponga que se puede hablar de fútbol en un momento así. Esto de hoy (ayer, bah) fue otra cosa, fue delirio, milagro, hazaña, carácter, guapeza, decisión, locura, bocina y festejo interminable.
Faltan seis. Nada más, nada menos. Habrá que intentar una diferencia importante contra los ecuatorianos acá, tomando en cuenta que no son ningunos improvisados y que la vuelta es otra vez en las alturas inhóspitas. Pero para todo eso también habrá tiempo y modo mejor. Ahora, a dormir los que puedan. A seguir soñando, en cambio, los que vislumbramos una noche del mejor insomnio.
8/5/08
Sorpresas te dan los medios
Cuervos - Washington Cucurto
¡Día de sol! ¡Buen día, amigos queridos! ¡Hoy es un día trascendental para todos los vecinos de Boedo y Almagro! Hoy me juego todo por San Lorenzo de Almagro, hoy El Cuervo debe vencer a las gallinas. ¡Un hincha debe tener convicción política y espiritualidad renacentista! ¡Un hincha está más allá de todo, se juega siempre, con fruición interpretadora del riesgo! Si no, ¡fíjense los hinchas de Racing, qué polenta, siguen a su equipo a todos lados donde va! ¡Y Racing es incapaz...! ¡Pero qué importa eso, el fútbol es mucho más que un tonto resultado! Con tal hinchada, un equipo tiene su preciosa razón de ser. La hinchada de Racing es la más acabada demostración de que Carlos Bilardo vivió toda su vida equivocado. Ganar no es nada. Un equipo de fútbol tiene que transmitir, aún en la derrota. No obstante, pese a este barroco peroreo racinguista, yo le quiero dedicar esta columnita a mi hijo, hincha de San Lorenzo de Almagro y a todos los vecinos del barrio, cuervos a morir.
Amigos, me tienen que ayudar, tengo un drama, vivo en Almagro a metros del cielo de Boedo, barrio de tango y futbolero. Boedo es un barrio que sufre de pasión azulgrana. Hoy mi hijo me despertó y me dijo: “Papi, hoy tenemos que vencer a las gallinas”. Escúchenme, mi hijo tiene cinco años, pero en sus ojos vi el brillo sagrado del hincha fervoroso, del tipo que llora y se amarga a morir cuando su equipo pierde. Por eso escribo esto, ¿entienden?, por una cábala, por no rezar, porque no quiero que mi hijito sufra... Ustedes me tienen que ayudar, hoy van a suspender las clases en su colegio para esperar a San Lorenzo, va a estar frente al televisor con sus compañeritos, todos van a estar; es importante, es una cuestión seria para el barrio. Los balcones están llenos de banderas, las paredes grafiteadas con una colorincheada estruendosidad azulgrana. ¡El corazoncito de mi hijo late cada segundo más! ¡Por favor, Sr. Ramón Díaz, hoy es usted mi santo, hágalo!
http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=4039
¡Día de sol! ¡Buen día, amigos queridos! ¡Hoy es un día trascendental para todos los vecinos de Boedo y Almagro! Hoy me juego todo por San Lorenzo de Almagro, hoy El Cuervo debe vencer a las gallinas. ¡Un hincha debe tener convicción política y espiritualidad renacentista! ¡Un hincha está más allá de todo, se juega siempre, con fruición interpretadora del riesgo! Si no, ¡fíjense los hinchas de Racing, qué polenta, siguen a su equipo a todos lados donde va! ¡Y Racing es incapaz...! ¡Pero qué importa eso, el fútbol es mucho más que un tonto resultado! Con tal hinchada, un equipo tiene su preciosa razón de ser. La hinchada de Racing es la más acabada demostración de que Carlos Bilardo vivió toda su vida equivocado. Ganar no es nada. Un equipo de fútbol tiene que transmitir, aún en la derrota. No obstante, pese a este barroco peroreo racinguista, yo le quiero dedicar esta columnita a mi hijo, hincha de San Lorenzo de Almagro y a todos los vecinos del barrio, cuervos a morir.
Amigos, me tienen que ayudar, tengo un drama, vivo en Almagro a metros del cielo de Boedo, barrio de tango y futbolero. Boedo es un barrio que sufre de pasión azulgrana. Hoy mi hijo me despertó y me dijo: “Papi, hoy tenemos que vencer a las gallinas”. Escúchenme, mi hijo tiene cinco años, pero en sus ojos vi el brillo sagrado del hincha fervoroso, del tipo que llora y se amarga a morir cuando su equipo pierde. Por eso escribo esto, ¿entienden?, por una cábala, por no rezar, porque no quiero que mi hijito sufra... Ustedes me tienen que ayudar, hoy van a suspender las clases en su colegio para esperar a San Lorenzo, va a estar frente al televisor con sus compañeritos, todos van a estar; es importante, es una cuestión seria para el barrio. Los balcones están llenos de banderas, las paredes grafiteadas con una colorincheada estruendosidad azulgrana. ¡El corazoncito de mi hijo late cada segundo más! ¡Por favor, Sr. Ramón Díaz, hoy es usted mi santo, hágalo!
http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=4039
Un frío un poco raro
Doce horas y media, setecientos cincuenta minutos y una cifra inasible de segundos. Es lo que falta para que arranque la ruleta rusa. Pero el corazón ya galopa, abstraído de precisiones cronológicas y de datos ya irrelevantes. ¿Hace más frío del que dice la radio, o somos nosotros, los años, los sufrimientos y las angustias?
Que nunca perdimos ahí por la Copa, que el árbitro o el línea, que la formación de uno u otro. En algo más de un rato, todas esas cuestiones integrarán el decorado lejano de la historia.
Si hasta pensamos en las cuentas que no nos dan, para un eventual viaje al Ecuador. Es lo único que se perfila en el horizonte que dibuja la esperanza. Baqueteada, por cierto, después de tantos y tantos años de masticar arena.
Es el momento, Ciclón. El salto de osadía para demostrar que esta vez va en serio, que nos llegó el día de pago a los que tantas veces nos volvimos con la cabeza gacha del cajero.
Nos volveremos a encontrar de noche, o de madrugada, después de haber desafiado el tornillo en ese rincón cercano al cielo, donde tantos seres queridos van a remar el aliento incesante con nosotros.
Que nunca perdimos ahí por la Copa, que el árbitro o el línea, que la formación de uno u otro. En algo más de un rato, todas esas cuestiones integrarán el decorado lejano de la historia.
Si hasta pensamos en las cuentas que no nos dan, para un eventual viaje al Ecuador. Es lo único que se perfila en el horizonte que dibuja la esperanza. Baqueteada, por cierto, después de tantos y tantos años de masticar arena.
Es el momento, Ciclón. El salto de osadía para demostrar que esta vez va en serio, que nos llegó el día de pago a los que tantas veces nos volvimos con la cabeza gacha del cajero.
Nos volveremos a encontrar de noche, o de madrugada, después de haber desafiado el tornillo en ese rincón cercano al cielo, donde tantos seres queridos van a remar el aliento incesante con nosotros.
7/5/08
Otra mirada de la ausencia
El golpe del Hormiga - Eduardo Sacheri
-¡Veinte años, carajo!¡Veinte años! ¿Qué me decís a eso? ¿Querés que me quede así, sin hacer nada?
Bogado no sabe qué contestar. Parpadea varias veces, algo aturdido por los gritos del Hormiga, que sigue de pie al otro lado de la mesa, con los puños sobre la madera. La cara del Hormiga está casi en sombras porque la lámpara es muy baja, pero Bogado sabe que sus ojos sacan chispas y que está empapado de sudor por el esfuerzo de tratar de convencerlos.
Bogado se mira las manos para no cruzarse con los ojos de los demás que, sentados a los costados, sin dudas están clavándole la mirada. Saben que están esperando que hable, como si siempre fuese el dueño de la última palabra. Por algo el Hormiga lo ha llamado primero a él para organizar esa reunión de desquiciados. Y por eso lo ha usado a él como interlocutor principal para darle los pormenores de ese proyecto de locos. Y por eso le ha contestado específicamente a él todas las preguntas, todas las objeciones, que todos los presentes le han ido planteando al Hormiga, y que lo han ido poniendo nervioso hasta dejarlo con ese aspecto de energúmeno escapado de un loquera.
Bogado chista y sacude la cabeza. Ridícula. Toda la situación es ridícula. Y ellos son ocho boludos. Eso es lo que son. Los ocho reunidos en esa habitación oscura, con la lámpara sobre la mesa como si fuera un garito o un aguantadero de película mala, y ellos un banda de chorros planeando al asalto del siglo.
- ¿Te lo vuelvo a explicar? – el Hormiga baja el tono en un intento por tranquilizarse.
Bogado alza una mano para disuadirlo: -No. Pará. No tiene sentido.
- Te digo que sí – porfía el Hormiga-. Primero: lo vengo estudiando desde hace dos años. Dos años. ¿Me escuchaste bien? – Bogado, resignado, asiente-. Segundo: conseguí ese laburo de vigilancia nada más que para esto, y vos lo sabés bien, José. –Mira brevemente a su derecha, y una de las cabezas convalida con un gesto afirmativo-. Tercero: me parlé cincuenta veces al supervisor para que me mandase a controlar el sector ese, porque si me mandaban al depósito o al estacionamiento me cagaban, y se iba todo el asunto a la mierda. – De nuevo le habla directamente a Bogado, y éste no quiere que lo haga. – Cuarto: elegí el lugar con un cuidado bárbaro... – duda como buscando palabras más precisas, pero no las encuentra-, bárbaro, el lugar –concluye.
- Nadie te dice lo contrario, Hormiga – Bogado intenta cortarlo.
- Pará. Dejame terminar. El lugar que les digo es bárbaro. De lo mejor. Hay una cámara que lo enfoca medio de costado, pero como las luces de ese lado las apagan, por el monitor no se ve un carajo, ya me fijé. Quinto. O sexto, no sé, para el caso da igual: la alarma está apagada hasta bien tarde, primero por los de limpieza y después por la ronda nuestra. ¿Y querés lo mejor, lo mejor de lo mejor?
Bogado hace un posterior intento por detenerlo:
- Para, Hormiga, cortála. Ya lo dijiste.
El otro lo ignora.
- Escuchá, escuchame un poco –el Hormiga es ahora enérgico pero no ha vuelto a perder los estribos-. De las tres a las cuatro de la mañana se juntan todos los vigilantes en la recepción a tomar un refrigerio. Se supone que se tienen que turnar, pero van todos juntos porque están podridos de estar al pedo y solos como una ostra sin nadie para charlar.
Bogado nota, contrariado, que a fuerza de escucharlo una y otra vez los otros muchachos empiezan a tomarlo en serio. Intenta romper el efecto: -Estás soñando, Hormiga. Vamos a terminar todos en cana, y vos sin laburo, además.
No es la réplica más feliz, y Bogado se da cuenta de inmediato. El Hormiga se sienta y lo mira fijo, con sus ojos claros muy abiertos por la excitación. La nariz, gorda y ganchuda, parece a punto de estallarle con el color escarlata que ha tomado. Con esa piel blanca y el pelo rubio parece un gringo recién bajado del barco. Cuando se conocieron a Bogado le había extrañado el sobrenombre del Hormiga, porque el tipo es alto, flaco y blanquísimo, y se le nota a la legua que es hijo de tanos. Recién al tiempo le explicaron que el mote no era por es aspecto, sino por lo cabeza dura, por lo tenaz, lo porfiado. Cuando algo se le pone en la cabeza no hay Dios que lo convenza de lo contrario, y no para hasta conseguir lo que busca. Y Bogado, esta noche, está sufriendo en carne propia esa forma de ser de su amigo. Y para peor acaba de decir la frase menos adecuada que pudo ocurrírsele. Serán los nervios, piensa Bogado. Pero el otro lo mira con seguridad, casi con dulzura, con la expresión del jugador que tiene todas las cartas en las manos.
-¿Me estás jodiendo? –arranca el Hormiga- ¿Y vos creés que yo no quiero largar ese laburo? ¡Me hacen un favor si me echan! Estoy para esto, Santiago. Nada más que para esto. No se pueden borrar ahora. Dos años para esto, macho. Dos años me comí ahí adentro para esto.
Vuelve el silencio, Bogado asume que acaban de sacarle otro gol de ventaja en esa extraña definición en la que ambos hace rato están empeñados. El Hormiga no miente cuando dice que aceptó el trabajo de vigilancia para esto. El día que le confirmaron el puesto, los reunió a todos, a los mismos que hoy flanquean la mesa, les anunció solemnemente para qué había aceptado ese trabajo. En ese momento todos se lo habían tomado medio en joda y le habían dado manija. Hasta él, hasta Bogado, había tomado parte en el jolgorio. Y tampoco fueron capaces de detenerse después, con el transcurso de los meses, en las ocasiones en las que el Hormiga, muy serio y más entusiasmado, les pasaba informes sobre sus avances. Todos le habían seguido la corriente.
Pero lo de esta noche es demasiado. Citarlos así, en ese sitio, a esa hora, haciéndose el misterioso. Evidentemente el Hormiga se engrupió con eso de dar el golpe del siglo. Pero, ¿de quién es la culpa?¿De él o de los que no fueron capaces de frenarle el carro?
La primera vez que lo explicó, más temprano, con el plano lleno de cruces y de flechas trazadas con marcadores rojos y verdes, se le cagaron de risa porque acaban de llegar y supusieron que era una joda. Pero después, al ver al Hormiga enchufadísimo, se fueron poniendo serios. Por eso Bogado había empezado a asustarse y a tratar de pararlo, de llamarlo a la realidad, de demostrarle que todo era una locura.
Pero cuando más discuten más siente Bogado que el Hormiga se agranda, se afirma, crece en lo suyo. Y peor aún, Bogado palpa en el aire que los demás se van encandilando con su fantasía. Y esa estupidez de haberle mentado el asunto del trabajo. El flanco más fuerte del Hormiga, precisamente.
Porque el tipo ha sacrificado dos años de su vida para eso. No es el único trabajo que el Hormiga puede hacer, ni el mejor pago. Sin ir más lejos el año pasado José le ofreció un reparto de quesos. Buena guita, porque necesitaba alguien de confianza, y el Hormiga, además de todo, es derecho como una estaca. Pero contestó que no, porque no podía dejar “aquello” sin terminar.
Esa es la cagada. Que el Hormiga habla desde la autoridad que nace del sacrificio y la voluntad. No se llena la boca con bravuconadas. Puede tener un plan ridículo. Puede ser una imbecilidad. Pero el Hormiga se la jugó en el asunto, y se la sigue jugando. A Bogado le está costando discutir, encontrar argumentos terminantes, porque se ha pasado la mitad de la velada preguntándose si el hubiese sido capaz de un sacrificio como ése, durante tanto tiempo, y no puede contestarse del todo.
Y más que nada por algo así, por algo que se supone que es una estupidez en la vida de la gente. Bancarse un laburo mal pago, con jefes hijos de puta, con unos francos rotativos de porquería, para darle de comer a la familia, Bogado lo hace sin dudar un instante y lo mismo cualquiera de los que están reunidos alrededor de la mesa. Pero acá no se trata de alimentar a la familia, si no de algo distinto. El Hormiga hace eso por un amor diferente, que la mayoría seguro que no entiende. Pero Bogado sí, y los otros también, la puta madre. Y por eso Bogado intuye que al Hormiga no hay con qué darle, y mientras intenta pincharle el globo se siente un sicario indigno y traidor.
Bogado trata de detenerse. No puede mezclarse en semejante embrollo, porque lo de terminar todos presos va en serio. Por eso lo enloqueció al otro con sus objeciones. Y le ha hecho mil quinientas porque el plan del Hormiga es imposible. Un sueño. Una utopía. Y aun cuando resulte, ¿qué va a cambiar?
Pero cuando se lo dicen los mira con esa cara de iluminado, con esa expresión de elegido, con esa fe de converso, con esa certidumbre de profeta, y los deja desarmados. O peor, les grita eso de “20 años” y es como que les entierra un clavo filoso entre las costillas; sienten que les chorrea la desolación por las venas y se les enfrían las tripas con el dolor sucio de la humillación y de la burla. Y no se pueden enojar porque el Hormiga, antes que a ellos, se lo está diciendo él mismo. Les dice “20 años” para que les duela, pero ellos saben que a él le duele más decírselo a sí mismo, lo lacera más que a nadie volver a escuchar esa cifra de escalofrío que ya le pesa como un ropero de plomo sobre el alma.
Y parece como si el Hormiga supiese que Bogado está a punto de derrumbarse, porque con uno de los marcadores que estuvo usando para las cruces y para las flechas escribe 1974-1994; esos ocho números a Bogado se le clavan en las entrañas y empieza a sentir que se le desinflan los argumentos y se le enturbia la lógica. Hace un último esfuerzo:
- Hormiga, te lo pido por favor. Pensá lo que decís. No tiene gollete. Aparte, suponiendo que no nos agarren, ¿para qué va a servir?¿No te das cuenta? Es un sueño, Hormiga, una fantasía.
El otro tarda en contestar, y cuando habla usa un tono mucho más enérgico, tal vez angustiado, casi como si estuviese a punto de largarse a llorar, como si las palabras le saliesen crudas, como si proviniesen de un lugar demasiado hondo como para cocinarlas antes de pronunciarlas: -Ya sé, Santiago. Ya lo sé. Pero no me puedo quedar con los brazos cruzados. ¿Qué querés que le haga?
Bogado no sabe qué contestar. ¿Qué puede retrucarle? El Hormiga no sabe qué hacer. Bogado tampoco. Al Hormiga le duele el alma con ese dolor que sólo entienden algunos. A Bogado también. Pero mientras el Hormiga soñó, calculó, laburó, investigó, planeó y preparó, él, Santiago Bogado, no ha hecho más que lamentarse y sufrir, sin mover un dedo. No sabe qué contestar y simplemente suspira, claudicando.
Carucha, que estuvo en silencio desde el comienzo, dice: “Yo me prendo”. José se apunta: “Yo también”. Bogado sacude la cabeza, con los ojos bajos. Sergio apoya a los otros, y los restantes dudan un segundo y hacen lo mismo. El Hormiga no dice nada. Sigue esperando las palabras de Bogado.
Bogado repasa todas las cosas estúpidas que hizo a lo largo de su vida y siente que está a punto de cometer la peor de todas. Algo lo tranquiliza: la mayor parte de esas estupideces las cometió por la misma causa que lo lleva a lo que está a punto de perpetrar, y tan mal no le ha ido. Toma aire buscando los últimos gramos de decisión que le faltan, alza la mirada hacia el Hormiga y pregunta: ¿Cuándo?”.
Veinte horas después están todos, excepto el Hormiga, en un baño de hombres, embutidos en dos retretes contiguos; de pie, pegados unos a otros, inmóviles y silenciosos, a oscuras. Bogado no siente los pies, adormecidos como están por el plantón. Lleva cinco horas ahí adentro, siguiendo la expresa indicación del Hormiga. Entró al baño, pasó de largo frente a la larga hilera de mingitorios y se metió en el último compartimiento de los inodoros. A las seis llegó Carucha. Seis y media, Ernesto. A las siete, Rubén. Los otros tres se acomodaron en el de al lado a medida que fueron llegando, siempre a intervalos de media hora. Al principio Bogado tenía los nervios de punta. ¿Qué iban a decir si los encontraban? El Hormiga había insistido: “Ese baño no lo revisan nunca y lo limpian cada muerte de obispo”.
Ahora Bogado está más calmado porque parece ser cierto. A las diez apagaron las luces. Carucha enciende de vez en cuando una linternita en forma de lapicera que lleva en la campera y Bogado ve los rostros de los todos como si fueran espectros o personajes de una película de vampiros. El que no quiere callarse es Rubén. En un cuchicheo casi permanente jode, se queja del dolor de gambas, pregunta cada diez minutos cuánto falta. De vez en cuando lanza una risita nerviosa, pero Bogado no teme que vaya a quebrarse. Simplemente muestra un poco más sus nervios, nada más. Él está igual, aunque la juegue de duro y de tranquilo.
A las doce empiezan a acalambrársele las piernas, pero aunque se muere de ganas de salir a dar unos pasos no se anima a desobedecer la orden del Hormiga. A la una escuchan que se abre y se cierra la puerta vaivén del ingreso. Unos pasos rápidos se dirigen en la oscuridad hacia el escondite: “Soy yo”, dice el Hormiga en un murmullo, justo cuando a Bogado está a punto de salírsele el corazón del cuerpo: “¿Cómo van?” contesta Carucha por todos y el Hormiga promete volver a las tres en punto.
A Bogado esas dos horas se le hacen eternas. Repasa una y otra vez la conversación del día anterior y se putea en silencio por haber aceptado semejante idea. Pero no dice nada. Los demás parecen convencidos, o por lo menos no ponen nerviosos a los otros planteando en voz alta sus dudas. Al cabo de un tiempo que parece infinito, Carucha anuncia que son las tres menos dos minutos.
Puntual, vuelve a abrirse la puerta. El Hormiga les dice que salgan. Primero tienen que apretarse contra la pared trasera, y Rubén debe subirse con cuidado al inodoro para hacer lugar suficiente para abrir la puerta. Iluminados a retazos mínimos por la linternita de Carucha mientras se contorsionan para salir de ese escondrijo, parecen títeres torpes. Cuando le toca el turno, Bogado tiene que contener una exclamación de dolor al poner en movimiento sus rodillas entumecidas. No ha dado diez pasos cuando el Hormiga los manda a todos cuerpo a tierra. Bogado se acuesta lo más rápido y silenciosamente que puede. No logra evitar que su nariz choque con el zapato de José, que acaba de aterrizar delante de él. Se palpa a ciegas, tratando de determinar si está sangrando. Cree que no. A una nueva orden del Hormiga, vuelven a ponerse en movimiento.
Bogado se alegra de que lo hayan repetido la noche anterior hasta el cansancio, después de que él se rindiera y aceptase la propuesta del Hormiga. “Al llegar a la puerta, cruzar cuerpo a tierra el pasillo, que va a estar a oscuras. Al sentir el mueble, girar a la derecha y avanzar quince metros, hasta el extremo de la larga repisa. Van a sentir olor a jabón en polvo”. Cuando el olor dulzón que suele saturar el lavadero de su casa le penetra en la nariz magullada Bogado comprueba que las instrucciones son precisas. Sigue recordando: “Ahí se complica un poco, porque tienen que cruzar el pasillo central: tres metros libres. Pero tenemos una ayuda: armaron una isla central con una oferta de papel higiénico que tapa bastante la cámara más cercana. Pasen rápido, a intervalos de un minuto, siempre pegados al piso. Eso sí: no toquen la pila de rollos porque es muy liviana, y si la tiran a la mierda no nos salva nadie”. Bogado pasa último, porque el Hormiga le pidió que cierre la marcha. Por un lado lo hace sentir bien esta confianza en su persona, pero al mismo tiempo teme a cada minuto que alguien salga de la oscuridad y lo levante del pescuezo con un manotazo. Se da vuelta y nada: la penumbra desierta, apenas las frías luces de emergencia llenando de sombras raras los pasillos.
A las tres y cuarto hacen un alto. Como está previsto, el Hormiga se levanta como si nada y camina resueltamente hacia otro extremo del enorme salón, donde están reunidos sus compañeros de trabajo. Vuelven a los cinco minutos. “Todo en orden”, asegura antes de volver a su puesto a la cabeza de la extraña víbora que forman los cuerpos reptando sobre el piso frío.
Es entonces cuando reemprenden la marcha y Bogado ve unas cuantas baldosas del piso frente a sí que, como si una llamarada súbita lo hubiese incinerado en el fuego de la revelación, toma conciencia del sitio en que se encuentra. No ha vuelto ahí en todos esos años, tan grandes son el dolor y la nostalgia. Otros sí han vuelto. Se lo han dicho. Pero él nunca fue capaz. No ha querido siquiera pasar por la calle ni por el barrio. Y ahora está ahí. Ahí metido.
Se abstrae del trance que está atravesando y de los objetos extraños y profanos que lo rodean. Se imagina tendido igual, de cara al piso, pero no sobre esas frías baldosas anodinas sino sobre el suelo que le escatiman. Se imagina la noche estrellada que, más allá del edificio que subrepticiamente recorren, baña de luz ese campo oculto bajo el cemento. Le gusta pensarse así, como visto desde el cielo, bañado por la luz azul de las estrellas, acurrucado en esa cuna de pasto crecido, y el miedo se le va derritiendo como un mal sueño. Con los dedos enguantados acaricia esas baldosas tristes y las baña con unas lágrimas contenidas durante demasiado tiempo.
Da vuelta el último recodo. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, distinguen el bulto que hacen sus amigos irguiéndose. Los imita. El Hormiga los ubica en los extremos de la enorme góndola, cuatro de cada lado. “A la una, a las dos, a las tres”. Todos empujan al unísono y logran mover el catafalco unos diez centímetros. Repiten el procedimiento varias veces.
-¿Hora?- pregunta el Hormiga.
- Tres y media –contesta Sergio.
- Estamos justo –responde el otro.
El Hormiga se inclina y enciende su linterna. Saca una barra de acero bruñido y hace palanca sobre una baldosa, que se levanta casi sin ruido. La dedicación de la Hormiga sigue conmoviendo a Bogado. Noche a noche, para no hacer bochinche en el momento definitivo, ha corrido solo la góndola, y ha limado la pastina y el adhesivo hasta socavar la mezcla. Levanta otra baldosa. Queda al descubierto un boquete estrecho, sobre un contrapiso gris y parejo.
El Hormiga pregunta de nuevo la hora.
-Menos veinticinco –responde Sergio
- Es ahora – retruca el primero.
Han formado una ronda alrededor del boquete. En ese momento se enciende un motor ruidoso a la distancia. Bogado está maravillado: los cálculos de Hormiga son exactos hasta en la hora en que se encienden las pulidoras del hall central.
A una señal, Rubén y Sergio sacan dos mazas y dos cortafierros con las cabezas envueltas en trapos gruesos, y empiezan a dar golpes sobre el agujero del piso. Bogado siente como si el ruido fuese atronador. Pero pasan los minutos y nadie viene desde la oficina de los guardias. Evidentemente las lustradoras tapan el sonido. A otra señal del Hormiga, Carucha y Ernesto reemplazan a los otros. Los demás miran extasiados. No pueden apartar los ojos de ese hueco que se ensancha. Se supone que uno de ellos –Bogado ya no recuerda cuál, ni le importa- debe estar de pie en el extremo de la góndola, vigilando el pasillo central y la línea de cajas, pero ninguno puede sustraerse al hechizo proverbial que toma forma en el centro de la ronda.
Cuando le toca el turno, a las cuatro menos diez, Bogado siente que flota en una excitación sin edad. Piensa en su tío, pero trata de borrarlo de su pensamiento por miedo a quebrarse tan cerca del triunfo. El Hormiga, olvidado de su papel de estratega, da vueltas y saltitos asomándose sobre las cabezas inclinadas, y repite como loco: “Ahora sí, muchachos. Ahora van a ver. Ahora se nos da. Es cuestión de sacar de acá y poner allá, en el Bajo. Se acabó la malaria, van a ver, se los juro”. Y Bogado siente, mientras golpea frenético el cemento, que es verdad, que es cierto, que esta vez se corta el maleficio, y que son ellos los ángeles custodios del milagro.
Bogado siente una oleada de pasmo. El cortafierro acaba de hundirse, bajo el contrapiso, en una materia blanda. No puede contener un gritito. El Hormiga apunta la linterna al agujero. Una masa cenicienta y blanda yace bajo los restos de los escombros. No pueden controlarse. Se lanzan al unísono a escarbar con las manos desnudas, unos sobre otros. Dan las cuatro, pero no lo notan. Rubén, de repente, pide casi a gritos que se iluminen la mano. Ocho pares de ojos se clavan en su puño. Tiene la piel arañada, las uñas rotas, el anillo de casamiento opaco y cruzado de raspones. Y bien aferrado, como si fuera un tesoro de cuento, un puñado de tierra negra que asoma entre sus dedos crispados. Bogado trata de contener las lágrimas, pero cuando escucha los sollozos de Carucha, y cuando ve que Sergio se hinca de rodillas y se tapa la cara para que nadie lo vea, se lanza a moquear sin vergüenza.
El Hormiga se adelanta. Los demás le abren un espacio en el medio. Se hinca con la dignidad de un sacerdote egipcio que se dispone a escrutar las más oscuras trampas del destino. Sergio levanta la linterna y le ilumina las manos mientras recoge trocitos del tesoro en un frasco de vidrio. Cuando termina se pone de pie. Alza el brazo derecho con el frasco en alto. Vacíos de palabras, los ocho se apilan en un abrazo. Tardan en destrenzarse. A una orden del Hormiga salen disparando hacia una salida de emergencia.
En la cabina de control de cámaras, un guardia frunce el entrecejo. Otro le pregunta qué le pasa. El guardia piensa antes de responder. Esos monitores color son muy lindos, pero todavía no se acostumbra. Igual contesta que no pasa nada. Teme que su compañero piense que está loco si le dice que creyó ver, a la altura de la góndola de los fideos, pasar corriendo a unos tipos vestidos con camiseta de San Lorenzo.
-¡Veinte años, carajo!¡Veinte años! ¿Qué me decís a eso? ¿Querés que me quede así, sin hacer nada?
Bogado no sabe qué contestar. Parpadea varias veces, algo aturdido por los gritos del Hormiga, que sigue de pie al otro lado de la mesa, con los puños sobre la madera. La cara del Hormiga está casi en sombras porque la lámpara es muy baja, pero Bogado sabe que sus ojos sacan chispas y que está empapado de sudor por el esfuerzo de tratar de convencerlos.
Bogado se mira las manos para no cruzarse con los ojos de los demás que, sentados a los costados, sin dudas están clavándole la mirada. Saben que están esperando que hable, como si siempre fuese el dueño de la última palabra. Por algo el Hormiga lo ha llamado primero a él para organizar esa reunión de desquiciados. Y por eso lo ha usado a él como interlocutor principal para darle los pormenores de ese proyecto de locos. Y por eso le ha contestado específicamente a él todas las preguntas, todas las objeciones, que todos los presentes le han ido planteando al Hormiga, y que lo han ido poniendo nervioso hasta dejarlo con ese aspecto de energúmeno escapado de un loquera.
Bogado chista y sacude la cabeza. Ridícula. Toda la situación es ridícula. Y ellos son ocho boludos. Eso es lo que son. Los ocho reunidos en esa habitación oscura, con la lámpara sobre la mesa como si fuera un garito o un aguantadero de película mala, y ellos un banda de chorros planeando al asalto del siglo.
- ¿Te lo vuelvo a explicar? – el Hormiga baja el tono en un intento por tranquilizarse.
Bogado alza una mano para disuadirlo: -No. Pará. No tiene sentido.
- Te digo que sí – porfía el Hormiga-. Primero: lo vengo estudiando desde hace dos años. Dos años. ¿Me escuchaste bien? – Bogado, resignado, asiente-. Segundo: conseguí ese laburo de vigilancia nada más que para esto, y vos lo sabés bien, José. –Mira brevemente a su derecha, y una de las cabezas convalida con un gesto afirmativo-. Tercero: me parlé cincuenta veces al supervisor para que me mandase a controlar el sector ese, porque si me mandaban al depósito o al estacionamiento me cagaban, y se iba todo el asunto a la mierda. – De nuevo le habla directamente a Bogado, y éste no quiere que lo haga. – Cuarto: elegí el lugar con un cuidado bárbaro... – duda como buscando palabras más precisas, pero no las encuentra-, bárbaro, el lugar –concluye.
- Nadie te dice lo contrario, Hormiga – Bogado intenta cortarlo.
- Pará. Dejame terminar. El lugar que les digo es bárbaro. De lo mejor. Hay una cámara que lo enfoca medio de costado, pero como las luces de ese lado las apagan, por el monitor no se ve un carajo, ya me fijé. Quinto. O sexto, no sé, para el caso da igual: la alarma está apagada hasta bien tarde, primero por los de limpieza y después por la ronda nuestra. ¿Y querés lo mejor, lo mejor de lo mejor?
Bogado hace un posterior intento por detenerlo:
- Para, Hormiga, cortála. Ya lo dijiste.
El otro lo ignora.
- Escuchá, escuchame un poco –el Hormiga es ahora enérgico pero no ha vuelto a perder los estribos-. De las tres a las cuatro de la mañana se juntan todos los vigilantes en la recepción a tomar un refrigerio. Se supone que se tienen que turnar, pero van todos juntos porque están podridos de estar al pedo y solos como una ostra sin nadie para charlar.
Bogado nota, contrariado, que a fuerza de escucharlo una y otra vez los otros muchachos empiezan a tomarlo en serio. Intenta romper el efecto: -Estás soñando, Hormiga. Vamos a terminar todos en cana, y vos sin laburo, además.
No es la réplica más feliz, y Bogado se da cuenta de inmediato. El Hormiga se sienta y lo mira fijo, con sus ojos claros muy abiertos por la excitación. La nariz, gorda y ganchuda, parece a punto de estallarle con el color escarlata que ha tomado. Con esa piel blanca y el pelo rubio parece un gringo recién bajado del barco. Cuando se conocieron a Bogado le había extrañado el sobrenombre del Hormiga, porque el tipo es alto, flaco y blanquísimo, y se le nota a la legua que es hijo de tanos. Recién al tiempo le explicaron que el mote no era por es aspecto, sino por lo cabeza dura, por lo tenaz, lo porfiado. Cuando algo se le pone en la cabeza no hay Dios que lo convenza de lo contrario, y no para hasta conseguir lo que busca. Y Bogado, esta noche, está sufriendo en carne propia esa forma de ser de su amigo. Y para peor acaba de decir la frase menos adecuada que pudo ocurrírsele. Serán los nervios, piensa Bogado. Pero el otro lo mira con seguridad, casi con dulzura, con la expresión del jugador que tiene todas las cartas en las manos.
-¿Me estás jodiendo? –arranca el Hormiga- ¿Y vos creés que yo no quiero largar ese laburo? ¡Me hacen un favor si me echan! Estoy para esto, Santiago. Nada más que para esto. No se pueden borrar ahora. Dos años para esto, macho. Dos años me comí ahí adentro para esto.
Vuelve el silencio, Bogado asume que acaban de sacarle otro gol de ventaja en esa extraña definición en la que ambos hace rato están empeñados. El Hormiga no miente cuando dice que aceptó el trabajo de vigilancia para esto. El día que le confirmaron el puesto, los reunió a todos, a los mismos que hoy flanquean la mesa, les anunció solemnemente para qué había aceptado ese trabajo. En ese momento todos se lo habían tomado medio en joda y le habían dado manija. Hasta él, hasta Bogado, había tomado parte en el jolgorio. Y tampoco fueron capaces de detenerse después, con el transcurso de los meses, en las ocasiones en las que el Hormiga, muy serio y más entusiasmado, les pasaba informes sobre sus avances. Todos le habían seguido la corriente.
Pero lo de esta noche es demasiado. Citarlos así, en ese sitio, a esa hora, haciéndose el misterioso. Evidentemente el Hormiga se engrupió con eso de dar el golpe del siglo. Pero, ¿de quién es la culpa?¿De él o de los que no fueron capaces de frenarle el carro?
La primera vez que lo explicó, más temprano, con el plano lleno de cruces y de flechas trazadas con marcadores rojos y verdes, se le cagaron de risa porque acaban de llegar y supusieron que era una joda. Pero después, al ver al Hormiga enchufadísimo, se fueron poniendo serios. Por eso Bogado había empezado a asustarse y a tratar de pararlo, de llamarlo a la realidad, de demostrarle que todo era una locura.
Pero cuando más discuten más siente Bogado que el Hormiga se agranda, se afirma, crece en lo suyo. Y peor aún, Bogado palpa en el aire que los demás se van encandilando con su fantasía. Y esa estupidez de haberle mentado el asunto del trabajo. El flanco más fuerte del Hormiga, precisamente.
Porque el tipo ha sacrificado dos años de su vida para eso. No es el único trabajo que el Hormiga puede hacer, ni el mejor pago. Sin ir más lejos el año pasado José le ofreció un reparto de quesos. Buena guita, porque necesitaba alguien de confianza, y el Hormiga, además de todo, es derecho como una estaca. Pero contestó que no, porque no podía dejar “aquello” sin terminar.
Esa es la cagada. Que el Hormiga habla desde la autoridad que nace del sacrificio y la voluntad. No se llena la boca con bravuconadas. Puede tener un plan ridículo. Puede ser una imbecilidad. Pero el Hormiga se la jugó en el asunto, y se la sigue jugando. A Bogado le está costando discutir, encontrar argumentos terminantes, porque se ha pasado la mitad de la velada preguntándose si el hubiese sido capaz de un sacrificio como ése, durante tanto tiempo, y no puede contestarse del todo.
Y más que nada por algo así, por algo que se supone que es una estupidez en la vida de la gente. Bancarse un laburo mal pago, con jefes hijos de puta, con unos francos rotativos de porquería, para darle de comer a la familia, Bogado lo hace sin dudar un instante y lo mismo cualquiera de los que están reunidos alrededor de la mesa. Pero acá no se trata de alimentar a la familia, si no de algo distinto. El Hormiga hace eso por un amor diferente, que la mayoría seguro que no entiende. Pero Bogado sí, y los otros también, la puta madre. Y por eso Bogado intuye que al Hormiga no hay con qué darle, y mientras intenta pincharle el globo se siente un sicario indigno y traidor.
Bogado trata de detenerse. No puede mezclarse en semejante embrollo, porque lo de terminar todos presos va en serio. Por eso lo enloqueció al otro con sus objeciones. Y le ha hecho mil quinientas porque el plan del Hormiga es imposible. Un sueño. Una utopía. Y aun cuando resulte, ¿qué va a cambiar?
Pero cuando se lo dicen los mira con esa cara de iluminado, con esa expresión de elegido, con esa fe de converso, con esa certidumbre de profeta, y los deja desarmados. O peor, les grita eso de “20 años” y es como que les entierra un clavo filoso entre las costillas; sienten que les chorrea la desolación por las venas y se les enfrían las tripas con el dolor sucio de la humillación y de la burla. Y no se pueden enojar porque el Hormiga, antes que a ellos, se lo está diciendo él mismo. Les dice “20 años” para que les duela, pero ellos saben que a él le duele más decírselo a sí mismo, lo lacera más que a nadie volver a escuchar esa cifra de escalofrío que ya le pesa como un ropero de plomo sobre el alma.
Y parece como si el Hormiga supiese que Bogado está a punto de derrumbarse, porque con uno de los marcadores que estuvo usando para las cruces y para las flechas escribe 1974-1994; esos ocho números a Bogado se le clavan en las entrañas y empieza a sentir que se le desinflan los argumentos y se le enturbia la lógica. Hace un último esfuerzo:
- Hormiga, te lo pido por favor. Pensá lo que decís. No tiene gollete. Aparte, suponiendo que no nos agarren, ¿para qué va a servir?¿No te das cuenta? Es un sueño, Hormiga, una fantasía.
El otro tarda en contestar, y cuando habla usa un tono mucho más enérgico, tal vez angustiado, casi como si estuviese a punto de largarse a llorar, como si las palabras le saliesen crudas, como si proviniesen de un lugar demasiado hondo como para cocinarlas antes de pronunciarlas: -Ya sé, Santiago. Ya lo sé. Pero no me puedo quedar con los brazos cruzados. ¿Qué querés que le haga?
Bogado no sabe qué contestar. ¿Qué puede retrucarle? El Hormiga no sabe qué hacer. Bogado tampoco. Al Hormiga le duele el alma con ese dolor que sólo entienden algunos. A Bogado también. Pero mientras el Hormiga soñó, calculó, laburó, investigó, planeó y preparó, él, Santiago Bogado, no ha hecho más que lamentarse y sufrir, sin mover un dedo. No sabe qué contestar y simplemente suspira, claudicando.
Carucha, que estuvo en silencio desde el comienzo, dice: “Yo me prendo”. José se apunta: “Yo también”. Bogado sacude la cabeza, con los ojos bajos. Sergio apoya a los otros, y los restantes dudan un segundo y hacen lo mismo. El Hormiga no dice nada. Sigue esperando las palabras de Bogado.
Bogado repasa todas las cosas estúpidas que hizo a lo largo de su vida y siente que está a punto de cometer la peor de todas. Algo lo tranquiliza: la mayor parte de esas estupideces las cometió por la misma causa que lo lleva a lo que está a punto de perpetrar, y tan mal no le ha ido. Toma aire buscando los últimos gramos de decisión que le faltan, alza la mirada hacia el Hormiga y pregunta: ¿Cuándo?”.
Veinte horas después están todos, excepto el Hormiga, en un baño de hombres, embutidos en dos retretes contiguos; de pie, pegados unos a otros, inmóviles y silenciosos, a oscuras. Bogado no siente los pies, adormecidos como están por el plantón. Lleva cinco horas ahí adentro, siguiendo la expresa indicación del Hormiga. Entró al baño, pasó de largo frente a la larga hilera de mingitorios y se metió en el último compartimiento de los inodoros. A las seis llegó Carucha. Seis y media, Ernesto. A las siete, Rubén. Los otros tres se acomodaron en el de al lado a medida que fueron llegando, siempre a intervalos de media hora. Al principio Bogado tenía los nervios de punta. ¿Qué iban a decir si los encontraban? El Hormiga había insistido: “Ese baño no lo revisan nunca y lo limpian cada muerte de obispo”.
Ahora Bogado está más calmado porque parece ser cierto. A las diez apagaron las luces. Carucha enciende de vez en cuando una linternita en forma de lapicera que lleva en la campera y Bogado ve los rostros de los todos como si fueran espectros o personajes de una película de vampiros. El que no quiere callarse es Rubén. En un cuchicheo casi permanente jode, se queja del dolor de gambas, pregunta cada diez minutos cuánto falta. De vez en cuando lanza una risita nerviosa, pero Bogado no teme que vaya a quebrarse. Simplemente muestra un poco más sus nervios, nada más. Él está igual, aunque la juegue de duro y de tranquilo.
A las doce empiezan a acalambrársele las piernas, pero aunque se muere de ganas de salir a dar unos pasos no se anima a desobedecer la orden del Hormiga. A la una escuchan que se abre y se cierra la puerta vaivén del ingreso. Unos pasos rápidos se dirigen en la oscuridad hacia el escondite: “Soy yo”, dice el Hormiga en un murmullo, justo cuando a Bogado está a punto de salírsele el corazón del cuerpo: “¿Cómo van?” contesta Carucha por todos y el Hormiga promete volver a las tres en punto.
A Bogado esas dos horas se le hacen eternas. Repasa una y otra vez la conversación del día anterior y se putea en silencio por haber aceptado semejante idea. Pero no dice nada. Los demás parecen convencidos, o por lo menos no ponen nerviosos a los otros planteando en voz alta sus dudas. Al cabo de un tiempo que parece infinito, Carucha anuncia que son las tres menos dos minutos.
Puntual, vuelve a abrirse la puerta. El Hormiga les dice que salgan. Primero tienen que apretarse contra la pared trasera, y Rubén debe subirse con cuidado al inodoro para hacer lugar suficiente para abrir la puerta. Iluminados a retazos mínimos por la linternita de Carucha mientras se contorsionan para salir de ese escondrijo, parecen títeres torpes. Cuando le toca el turno, Bogado tiene que contener una exclamación de dolor al poner en movimiento sus rodillas entumecidas. No ha dado diez pasos cuando el Hormiga los manda a todos cuerpo a tierra. Bogado se acuesta lo más rápido y silenciosamente que puede. No logra evitar que su nariz choque con el zapato de José, que acaba de aterrizar delante de él. Se palpa a ciegas, tratando de determinar si está sangrando. Cree que no. A una nueva orden del Hormiga, vuelven a ponerse en movimiento.
Bogado se alegra de que lo hayan repetido la noche anterior hasta el cansancio, después de que él se rindiera y aceptase la propuesta del Hormiga. “Al llegar a la puerta, cruzar cuerpo a tierra el pasillo, que va a estar a oscuras. Al sentir el mueble, girar a la derecha y avanzar quince metros, hasta el extremo de la larga repisa. Van a sentir olor a jabón en polvo”. Cuando el olor dulzón que suele saturar el lavadero de su casa le penetra en la nariz magullada Bogado comprueba que las instrucciones son precisas. Sigue recordando: “Ahí se complica un poco, porque tienen que cruzar el pasillo central: tres metros libres. Pero tenemos una ayuda: armaron una isla central con una oferta de papel higiénico que tapa bastante la cámara más cercana. Pasen rápido, a intervalos de un minuto, siempre pegados al piso. Eso sí: no toquen la pila de rollos porque es muy liviana, y si la tiran a la mierda no nos salva nadie”. Bogado pasa último, porque el Hormiga le pidió que cierre la marcha. Por un lado lo hace sentir bien esta confianza en su persona, pero al mismo tiempo teme a cada minuto que alguien salga de la oscuridad y lo levante del pescuezo con un manotazo. Se da vuelta y nada: la penumbra desierta, apenas las frías luces de emergencia llenando de sombras raras los pasillos.
A las tres y cuarto hacen un alto. Como está previsto, el Hormiga se levanta como si nada y camina resueltamente hacia otro extremo del enorme salón, donde están reunidos sus compañeros de trabajo. Vuelven a los cinco minutos. “Todo en orden”, asegura antes de volver a su puesto a la cabeza de la extraña víbora que forman los cuerpos reptando sobre el piso frío.
Es entonces cuando reemprenden la marcha y Bogado ve unas cuantas baldosas del piso frente a sí que, como si una llamarada súbita lo hubiese incinerado en el fuego de la revelación, toma conciencia del sitio en que se encuentra. No ha vuelto ahí en todos esos años, tan grandes son el dolor y la nostalgia. Otros sí han vuelto. Se lo han dicho. Pero él nunca fue capaz. No ha querido siquiera pasar por la calle ni por el barrio. Y ahora está ahí. Ahí metido.
Se abstrae del trance que está atravesando y de los objetos extraños y profanos que lo rodean. Se imagina tendido igual, de cara al piso, pero no sobre esas frías baldosas anodinas sino sobre el suelo que le escatiman. Se imagina la noche estrellada que, más allá del edificio que subrepticiamente recorren, baña de luz ese campo oculto bajo el cemento. Le gusta pensarse así, como visto desde el cielo, bañado por la luz azul de las estrellas, acurrucado en esa cuna de pasto crecido, y el miedo se le va derritiendo como un mal sueño. Con los dedos enguantados acaricia esas baldosas tristes y las baña con unas lágrimas contenidas durante demasiado tiempo.
Da vuelta el último recodo. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, distinguen el bulto que hacen sus amigos irguiéndose. Los imita. El Hormiga los ubica en los extremos de la enorme góndola, cuatro de cada lado. “A la una, a las dos, a las tres”. Todos empujan al unísono y logran mover el catafalco unos diez centímetros. Repiten el procedimiento varias veces.
-¿Hora?- pregunta el Hormiga.
- Tres y media –contesta Sergio.
- Estamos justo –responde el otro.
El Hormiga se inclina y enciende su linterna. Saca una barra de acero bruñido y hace palanca sobre una baldosa, que se levanta casi sin ruido. La dedicación de la Hormiga sigue conmoviendo a Bogado. Noche a noche, para no hacer bochinche en el momento definitivo, ha corrido solo la góndola, y ha limado la pastina y el adhesivo hasta socavar la mezcla. Levanta otra baldosa. Queda al descubierto un boquete estrecho, sobre un contrapiso gris y parejo.
El Hormiga pregunta de nuevo la hora.
-Menos veinticinco –responde Sergio
- Es ahora – retruca el primero.
Han formado una ronda alrededor del boquete. En ese momento se enciende un motor ruidoso a la distancia. Bogado está maravillado: los cálculos de Hormiga son exactos hasta en la hora en que se encienden las pulidoras del hall central.
A una señal, Rubén y Sergio sacan dos mazas y dos cortafierros con las cabezas envueltas en trapos gruesos, y empiezan a dar golpes sobre el agujero del piso. Bogado siente como si el ruido fuese atronador. Pero pasan los minutos y nadie viene desde la oficina de los guardias. Evidentemente las lustradoras tapan el sonido. A otra señal del Hormiga, Carucha y Ernesto reemplazan a los otros. Los demás miran extasiados. No pueden apartar los ojos de ese hueco que se ensancha. Se supone que uno de ellos –Bogado ya no recuerda cuál, ni le importa- debe estar de pie en el extremo de la góndola, vigilando el pasillo central y la línea de cajas, pero ninguno puede sustraerse al hechizo proverbial que toma forma en el centro de la ronda.
Cuando le toca el turno, a las cuatro menos diez, Bogado siente que flota en una excitación sin edad. Piensa en su tío, pero trata de borrarlo de su pensamiento por miedo a quebrarse tan cerca del triunfo. El Hormiga, olvidado de su papel de estratega, da vueltas y saltitos asomándose sobre las cabezas inclinadas, y repite como loco: “Ahora sí, muchachos. Ahora van a ver. Ahora se nos da. Es cuestión de sacar de acá y poner allá, en el Bajo. Se acabó la malaria, van a ver, se los juro”. Y Bogado siente, mientras golpea frenético el cemento, que es verdad, que es cierto, que esta vez se corta el maleficio, y que son ellos los ángeles custodios del milagro.
Bogado siente una oleada de pasmo. El cortafierro acaba de hundirse, bajo el contrapiso, en una materia blanda. No puede contener un gritito. El Hormiga apunta la linterna al agujero. Una masa cenicienta y blanda yace bajo los restos de los escombros. No pueden controlarse. Se lanzan al unísono a escarbar con las manos desnudas, unos sobre otros. Dan las cuatro, pero no lo notan. Rubén, de repente, pide casi a gritos que se iluminen la mano. Ocho pares de ojos se clavan en su puño. Tiene la piel arañada, las uñas rotas, el anillo de casamiento opaco y cruzado de raspones. Y bien aferrado, como si fuera un tesoro de cuento, un puñado de tierra negra que asoma entre sus dedos crispados. Bogado trata de contener las lágrimas, pero cuando escucha los sollozos de Carucha, y cuando ve que Sergio se hinca de rodillas y se tapa la cara para que nadie lo vea, se lanza a moquear sin vergüenza.
El Hormiga se adelanta. Los demás le abren un espacio en el medio. Se hinca con la dignidad de un sacerdote egipcio que se dispone a escrutar las más oscuras trampas del destino. Sergio levanta la linterna y le ilumina las manos mientras recoge trocitos del tesoro en un frasco de vidrio. Cuando termina se pone de pie. Alza el brazo derecho con el frasco en alto. Vacíos de palabras, los ocho se apilan en un abrazo. Tardan en destrenzarse. A una orden del Hormiga salen disparando hacia una salida de emergencia.
En la cabina de control de cámaras, un guardia frunce el entrecejo. Otro le pregunta qué le pasa. El guardia piensa antes de responder. Esos monitores color son muy lindos, pero todavía no se acostumbra. Igual contesta que no pasa nada. Teme que su compañero piense que está loco si le dice que creyó ver, a la altura de la góndola de los fideos, pasar corriendo a unos tipos vestidos con camiseta de San Lorenzo.
Vamos a volver - DeBoedoVengo
El domingo 7 de mayo de 1916 seguramente haya sido uno de los días más importantes en los 100 años de historia azulgrana. Luego de ser fundado en 1908, de haber desaparecido por un año (1912-1913) y de afiliarse a la Asociación Argentina de Futbol (1914) había llegado el momento de tener un espacio propio, perteneciente a San Lorenzo de Almagro. Durante los años 1915/16 (Presidencia de Antonio Scaramusso) esa idea dejaba sin dormir a todo el espectro sanlorencista.
Los terrenos de la Av. La Plata al 1700, propiedad del Colegio Maria Auxiliadora y de los hermanos Oneto, habían sido acercados por el Padre Lorenzo Massa a Antonio Scaramusso, quien se contacto con Francisco Pini para averiguar las condiciones de alquiler de los mencionados terrenos. Estas eran $50 por mes, el perteneciente a las religiosas y $10 mensuales la faja perteneciente a Oneto.
El terreno en cuestión era bastante desparejo, presentando hondonadas que eran necesario rellenar y desmontar una loma de dos metros y medio de altura y veinte metros de largo, que correspondían a una chacra no terminada y a una noria de un horno de ladrillos. Además, el ángulo sudeste era bajo y exigía su relleno para que pudiera ser habilitado.
A pesar de estos inconvenientes, el terreno estaba bien situado y era menester alquilarlo, para dar comienzo cuanto antes a los trabajos del campo de juego, que se presumía, iban a ser largos.
Con los $2.500 pesos conseguidos por aportes y colectas llegaban a la suma que habían calculado como costo total de la obra. Lo primero que hicieron fue firmar definitivamente el contrato por el alquiler del terreno de Avenida La Plata y dieron comienzo a los trabajos.
La obra fue terminada en mayo de 1916.
Una semana antes a la inauguración oficial del estadio, se había hecho la presentación en sociedad del mismo. En la misma se realizaron distintas actividades. Una carrera de 350 metros (ganada por Carlos Rosetti), carrera de tres piernas (obtenida por el binomio Coll y Zopatti) y competencias de patear pelota (ganada por Jacobo Urso) entre otras.
Finalmente llego el día en el cual el Gasómetro debutase en primera división (recordemos que el Ciclón había ascendido frente a Honor y Patria el 1ero de Enero de 1915 en cancha de Ferro). El primer partido oficial en Av. La Plata al 1700 tuvo como rival a Estudiantes de La Plata. El equipo azulgrana formo con: J. Coll, De Campo, A. Coll, Saccardo, F. Monti, J.Urso, Etchegaray, Fernandez, Moggio, Urio y Gianella. Por su parte el equipo platense lo hizo con: Suarez, Galup, Lanas, Castro, Tolosa, Ferrera, Aranguren, Capellini, Letamendi, Duarte Indart, Caraulen y Lamas. El equipo de Boedo se impuso sobre el pincha por 2 a 1 con goles de Maggio (SL), Fernandez (SL) y Lamas (Estudiantes). Aquel partido fue presenciado por alrededor de 200 personas. Una particularidad de aquel encuentro es que los ingresos del mismo fueron de apenas $50.
El Gasómetro fue utilizado siete veces más en aquel año (Belgrano, Banfield, Estudiantes de Bs As, Tige, Boca Juniors y Arg. De Quilmes).
Comenzaba una historia de 63 años de gloria.
http://www.deboedovengo.com/new/detalle_noticia_home.php?id_noticia=1421
Los terrenos de la Av. La Plata al 1700, propiedad del Colegio Maria Auxiliadora y de los hermanos Oneto, habían sido acercados por el Padre Lorenzo Massa a Antonio Scaramusso, quien se contacto con Francisco Pini para averiguar las condiciones de alquiler de los mencionados terrenos. Estas eran $50 por mes, el perteneciente a las religiosas y $10 mensuales la faja perteneciente a Oneto.
El terreno en cuestión era bastante desparejo, presentando hondonadas que eran necesario rellenar y desmontar una loma de dos metros y medio de altura y veinte metros de largo, que correspondían a una chacra no terminada y a una noria de un horno de ladrillos. Además, el ángulo sudeste era bajo y exigía su relleno para que pudiera ser habilitado.
A pesar de estos inconvenientes, el terreno estaba bien situado y era menester alquilarlo, para dar comienzo cuanto antes a los trabajos del campo de juego, que se presumía, iban a ser largos.
Con los $2.500 pesos conseguidos por aportes y colectas llegaban a la suma que habían calculado como costo total de la obra. Lo primero que hicieron fue firmar definitivamente el contrato por el alquiler del terreno de Avenida La Plata y dieron comienzo a los trabajos.
La obra fue terminada en mayo de 1916.
Una semana antes a la inauguración oficial del estadio, se había hecho la presentación en sociedad del mismo. En la misma se realizaron distintas actividades. Una carrera de 350 metros (ganada por Carlos Rosetti), carrera de tres piernas (obtenida por el binomio Coll y Zopatti) y competencias de patear pelota (ganada por Jacobo Urso) entre otras.
Finalmente llego el día en el cual el Gasómetro debutase en primera división (recordemos que el Ciclón había ascendido frente a Honor y Patria el 1ero de Enero de 1915 en cancha de Ferro). El primer partido oficial en Av. La Plata al 1700 tuvo como rival a Estudiantes de La Plata. El equipo azulgrana formo con: J. Coll, De Campo, A. Coll, Saccardo, F. Monti, J.Urso, Etchegaray, Fernandez, Moggio, Urio y Gianella. Por su parte el equipo platense lo hizo con: Suarez, Galup, Lanas, Castro, Tolosa, Ferrera, Aranguren, Capellini, Letamendi, Duarte Indart, Caraulen y Lamas. El equipo de Boedo se impuso sobre el pincha por 2 a 1 con goles de Maggio (SL), Fernandez (SL) y Lamas (Estudiantes). Aquel partido fue presenciado por alrededor de 200 personas. Una particularidad de aquel encuentro es que los ingresos del mismo fueron de apenas $50.
El Gasómetro fue utilizado siete veces más en aquel año (Belgrano, Banfield, Estudiantes de Bs As, Tige, Boca Juniors y Arg. De Quilmes).
Comenzaba una historia de 63 años de gloria.
http://www.deboedovengo.com/new/detalle_noticia_home.php?id_noticia=1421
¿Cómo olvidarla?
Algunos de nosotros pasamos una parte importante de la infancia y la adolescencia entre esos tablones y parantes de hierro, algún otro apenas vio los capítulos finales de su gloriosa mitología, y no falta el purrete que sólo la miró con ojos ajenos y que escuchó relatos de la Familia y el Barrio.
Nunca sabremos si, en efecto, tuvo la dimensión que nosotros le adjudicamos o si, en cambio, constituye un ancla de un pasado más feliz, con menos preocupaciones cotidianas. En cualquier caso, es un lugar que eriza una colección de nostalgias, de algunos Padres que nos iniciaron en el rito y hoy nos miran desde Arriba, de Amigos que fueron quedando en el camino, de las locuras del Bambino, la prestancia del Tucumano, la potencia del Lobo y la sagrada criminalidad del Gringo, por no enumerar los cientos que vistieron la azulgrana o los miles que fundaron ese mito en cada disciplina.
En gran medida, el Gasómetro es el lugar donde se fundó y se selló la Amistad de los aquí presentes. Le debemos mucho, aún para nuestros frugales monederos. Ojalá que alcance la vida para devolverle un poco.
5/5/08
Ni bien amainó ...
... el laburo de la jornada matutina, es el momento de reeditar en público la alegría que tuvimos ayer por la noche, volviendo del funesto estadio platense, donde tantas otras noches habíamos claudicado, con más o menos merecimientos.
Es muy difícil mantener la templanza con el equipo primero en el Campeonato y buenas chances de avanzar en la Copa. Pero, después de cada victoria tan esforzada como la de anoche, hemos sugerido la prudencia del caso. Para no creer que estamos ante la reencarnación del Santos de los '70, para entender que cada nueva etapa requiere de humildad, convicción y actitud. El Loco Bielsa, personaje simpático a alguno de nosotros, solía advertir respecto de las complicaciones que ofrece el éxito a la hora de edificar una planificación sostenida. En apretada síntesis, la idea es que si llegamos al jueves convencidos de que el trámite está liquidado, las chances de una frustración crecen. Lo que no significa, ni mucho menos, achicarse ante la parada. Hay que tener claro que se ganó una catarata de partidos, aún con rendimientos discontinuos, y que eso lo logran los equipos con perfil de Campeón. Pero no dormirse ni un instante, defender con fiereza cuando toque y atacar con precisión de francotirador de serie yanqui.
Por lo pronto, anoche se sorteó esa crónica dificultad azulgrana para ganar cuando todo aparece "servido" para la ocasión, ante la derrota de pinchas y gallinas y la chance cierta de llegar a la punta. De hecho, cuando terminó el primer tiempo, independientemente de la obscena injusticia del penal en contra, flotaba la sensación de que otra vez nos quedábamos en el umbral. Es importante derribar estas vallas, para adentro y para afuera, para que también los demás adviertan que San Lorenzo va en serio y que "hay que cuidarse" en los partidos contra el Ciclón.
Pero, volviendo al origen de estas líneas, hoy el sol parece más intenso y la semana ofrece menos temores, ante una instancia tan brava como la que llega en 79 horitas. Párrafo aparte para uno de los predilectos de esta barra: cuando se comió el gol tras eludir al arquero, las puteadas y pedidos de retiro estaban a la orden del día. Con la gratitud de siempre, los aquí presentes guardamos un respetuoso silencio, sabiendo que el Bernie tiene un crédito demasiado grande. Y garpó, como un duque.
Por último, un pequeñísimo autobombo: 7/10 en la formación intentada el jueves, cuando todas las especulaciones eran válidas. Nada mal, por cierto.
Es muy difícil mantener la templanza con el equipo primero en el Campeonato y buenas chances de avanzar en la Copa. Pero, después de cada victoria tan esforzada como la de anoche, hemos sugerido la prudencia del caso. Para no creer que estamos ante la reencarnación del Santos de los '70, para entender que cada nueva etapa requiere de humildad, convicción y actitud. El Loco Bielsa, personaje simpático a alguno de nosotros, solía advertir respecto de las complicaciones que ofrece el éxito a la hora de edificar una planificación sostenida. En apretada síntesis, la idea es que si llegamos al jueves convencidos de que el trámite está liquidado, las chances de una frustración crecen. Lo que no significa, ni mucho menos, achicarse ante la parada. Hay que tener claro que se ganó una catarata de partidos, aún con rendimientos discontinuos, y que eso lo logran los equipos con perfil de Campeón. Pero no dormirse ni un instante, defender con fiereza cuando toque y atacar con precisión de francotirador de serie yanqui.
Por lo pronto, anoche se sorteó esa crónica dificultad azulgrana para ganar cuando todo aparece "servido" para la ocasión, ante la derrota de pinchas y gallinas y la chance cierta de llegar a la punta. De hecho, cuando terminó el primer tiempo, independientemente de la obscena injusticia del penal en contra, flotaba la sensación de que otra vez nos quedábamos en el umbral. Es importante derribar estas vallas, para adentro y para afuera, para que también los demás adviertan que San Lorenzo va en serio y que "hay que cuidarse" en los partidos contra el Ciclón.
Pero, volviendo al origen de estas líneas, hoy el sol parece más intenso y la semana ofrece menos temores, ante una instancia tan brava como la que llega en 79 horitas. Párrafo aparte para uno de los predilectos de esta barra: cuando se comió el gol tras eludir al arquero, las puteadas y pedidos de retiro estaban a la orden del día. Con la gratitud de siempre, los aquí presentes guardamos un respetuoso silencio, sabiendo que el Bernie tiene un crédito demasiado grande. Y garpó, como un duque.
Por último, un pequeñísimo autobombo: 7/10 en la formación intentada el jueves, cuando todas las especulaciones eran válidas. Nada mal, por cierto.
3/5/08
Marines de los mandarines
Resulta inverosímil e insoportable que, a esta altura del carnaval, la venta de entradas para los Socios de San Lorenzo siga siendo lo que fue hoy. Por obra de la Gracia Divina no llovió, no hubo ningún asalto resonante, ni quedó aplastado ningún chico en el remolino que se formó cuando supimos que -otra vez- nos habían estafado. Una brevísima cuenta indica que de ninguna manera se pudieron vender 4800 populares en el tiempo en que se agotaron, si es que se respetaron las normas impuestas por el propio Club. La indignación terminará de redondearse el propio jueves, apostamos, cuando en las inmediaciones del gallinero aparezcan los de siempre haciéndose el agosto con la reventa.
Por si los talentos que deberían ocuparse de la organización no lo advirtieron, el próximo fin de semana este sainete puede incrementarse por la exacta Independiente-Cuartos de Final. No sea cosa de que lo piensen el jueves a la noche.
Fastidiosos, con moretones y con cuatro populares y cuatro plateas, en lugar de las ocho generales pretendidas, clamamos: no nos tomen más el pelo, nos queda poco.
Por si los talentos que deberían ocuparse de la organización no lo advirtieron, el próximo fin de semana este sainete puede incrementarse por la exacta Independiente-Cuartos de Final. No sea cosa de que lo piensen el jueves a la noche.
Fastidiosos, con moretones y con cuatro populares y cuatro plateas, en lugar de las ocho generales pretendidas, clamamos: no nos tomen más el pelo, nos queda poco.
1/5/08
Adivinanzas de feriado
Tranquilos, ganadores y vagonetas. Así nos encuentra la tardecita del feriado victorios. Mientras se calienta el agua para unos matecitos, con los muchachos estamos tratando de armar el equipo para el domingo. Como siempre, ni una coma de lo escrito hoy se tocará, y el domingo al volver de La Plata veremos cuántos puntos sacamos en esta aventura.
Ahí va: Orión; Tula, Meza, Bottinelli, Voboril; E. Díaz, Alvarado, Hirsig, Chávez; Menseguez y Romeo.
Se aprueba con 7/10 (el golero no cuenta).
¡Feliz Día del Trabajador, Cuervos!
Ahí va: Orión; Tula, Meza, Bottinelli, Voboril; E. Díaz, Alvarado, Hirsig, Chávez; Menseguez y Romeo.
Se aprueba con 7/10 (el golero no cuenta).
¡Feliz Día del Trabajador, Cuervos!
Más nimiedades aritméticas
- Disputados siete de los ocho encuentros por octavos de final, ganaron tres locales, tres visitantes y hubo un empate. Más allá del dato, sirve para poner el triunfo de San Lorenzo en su justo lugar.
- Desde que inauguramos este lugar, se jugaron doce encuentros, en los que el equipo cosechó treinta puntos. En el Clausura ganamos seis veces y perdimos una (Argentinos) y en la Copa ganamos cuatro y perdimos otra (Cruzeiro). Nada mal, diríamos en plan autobombo.
- Desde que inauguramos este lugar, se jugaron doce encuentros, en los que el equipo cosechó treinta puntos. En el Clausura ganamos seis veces y perdimos una (Argentinos) y en la Copa ganamos cuatro y perdimos otra (Cruzeiro). Nada mal, diríamos en plan autobombo.
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